viernes, 20 de noviembre de 2020

La Historia - El primer día de Acción de Gracias


Comprensión lectora 

Responde a las siguientes preguntas:

1.     ¿Quiénes trataron de establecerse en su nuevo hogar?

2.     ¿Cómo estaban los peregrinos al inicio de la historia?

3.     ¿Quiénes llegaron dónde los peregrinos?

4.     ¿Qué le enseñaron los indios nativos  a los peregrinos?

5.     ¿Qué cosecharon los peregrinos?

6.     ¿A quién invitaron los peregrinos a la fiesta?

7.     ¿A qué dedicaron los peregrinos el día de la gran fiesta y a quién le daban gracias?

8.     ¿Cuál es la enseñanza de la historia?


lunes, 16 de noviembre de 2020

La Ratita Presumida

 



Había una vez una ratita que era muy presumida. Estaba un día barriendo la puerta de su casa cuando se encontró con una moneda de oro. En cuanto la vio empezó a pensar lo que haría con ella:

- Podría comprarme unos caramelos… pero mejor no, porque me dolerá la barriga. Podría comprarme unos alfileres… no tampoco, porque me podría pincharme… ¡Ya sé! Me compraré una cinta de seda y haré con ella unos lacitos.

Y así lo hizo la ratita. Con su lazo en la cabeza y su lazo en la colita la ratita salió al balcón para que todos la vieran. Entonces apareció por ahí un burro:

- Buenos días ratita, qué guapa estás.

- Muchas gracias señor burro - dijo la ratita con voz presumida

- ¿Te quieres casar conmigo?

- Depende. ¿Cómo harás por las noches?

- ¡Hiooo, hiooo!

- Uy no no, que me asustarás

El burro se fue triste y cabizbajo y en ese momento llegó un gallo.

- Buenos días ratita. Hoy estás especialmente guapa, tanto que te tengo que pedir que te cases conmigo. ¿Aceptarás?

- Tal vez. ¿Y qué harás por las noches?

- ¡Kikirikíiii, kikirikíiiii! - dijo el gallo esforzándose por sonar bien

- ¡Ah no! Que me despertarás

Entonces llegó su vecino, un ratoncito que estaba enamorado de ella.

- ¡Buenos días vecina!

- Ah! Hola vecino! - dijo sin tan siquiera mirarle

- Estás hoy muy bonita.

- Ya.. gracias pero no puedo entretenerme a hablar contigo, estoy muy ocupada.

El ratoncito se marchó de ahí abatido y entonces llegó el señor gato.

- ¡Hola ratita!

- ¡Hola señor gato!

- Estás hoy deslumbrante. Dime, ¿querrías casarte conmigo?

- No sé… ¿y cómo harás por las noches?

- ¡Miauu, miauu!, dijo el gato con un maullido muy dulce

- ¡Claro que sí, contigo me quiero casar!

El día de antes de la boda el señor gato le dijo a la ratita que quería llevarla de picnic al bosque. Mientras el gato preparaba el fuego la ratita cogió la cesta para poner la mesa y…

- ¡Pero si la cesta está vacía! Y sólo hay un tenedor y un cuchillo… ¿Dónde estará la comida?

- ¡Aquíií! ¡Tú eres la comida! - dijo el gato abalanzándose sobre ella.

Comprensión lectora
- Escoge la alternativa correcta.

1.  ¿Qué se encontró la ratita presumida?

a)      Un collar de perlas

b)      Una moneda de oro

c)       Mil dolares en efectivo

 

2.  ¿Qué se compró la ratita?

a)      Una cinta de seda

b)      Un vestido nuevo 

c)       Una casa de madera

 

3.  ¿Cómo era el maullido del gato?

a)      Dulce

b)      Ronco

c)       Tímido

 

4.   ¿Qué le dijo el gato a la ratita?

a)      Estás hoy deslumbrante.

b)      Está lloviendo mucho.

c)       Eres muy alta.

 

5. ¿Cómo fue el fin de esta historia?

a)      Feliz

b)      Trágico

c)       Divertido





jueves, 12 de noviembre de 2020

El cohete de papel





Había una vez un niño cuya mayor ilusión era tener un cohete y dispararlo hacia la luna, pero tenía tan poco dinero que no podía comprar ninguno. Un día, junto a la acera descubrió la caja de uno de sus cohetes favoritos, pero al abrirla descubrió que sólo contenía un pequeño cohete de papel averiado, resultado de un error en la fábrica.

El niño se apenó mucho, pero pensando que por fin tenía un cohete, comenzó a preparar un escenario para lanzarlo. Durante muchos días recogió papeles de todas las formas y colores, y se dedicó con toda su alma a dibujar, recortar, pegar y colorear todas las estrellas y planetas para crear un espacio de papel. Fue un trabajo dificilísimo, pero el resultado final fue tan magnífico que la pared de su habitación parecía una ventana abierta al espacio sideral.
Desde entonces el niño disfrutaba cada día jugando con su cohete de papel, hasta que un compañero visitó su habitación y al ver aquel espectacular escenario, le propuso cambiárselo por un cohete auténtico que tenía en casa. Aquello casi le volvió loco de alegría, y aceptó el cambio encantado.

Desde entonces, cada día, al jugar con su cohete nuevo, el niño echaba de menos su cohete de papel, con su escenario y sus planetas, porque realmente disfrutaba mucho más jugando con su viejo cohete. Entonces se dio cuenta de que se sentía mucho mejor cuando jugaba con aquellos juguetes que él mismo había construido con esfuerzo e ilusión.

Y así, aquel niño empezó a construir él mismo todos sus juguetes, y cuando creció, se convirtió en el mejor juguetero del mundo.

—————- Comprensión Lectora —————

Preguntas: 

1. ¿En dónde jugaba el niño con su cohete de papel? 

2. ¿Cómo era el lugar donde jugaba?

3. ¿Por qué crees que le gustaba tanto jugar con su cohete de papel?

4. ¿Quién le regaló otro cohete?


miércoles, 4 de noviembre de 2020

Los Dos Conejos

 


La primavera había llegado al campo. El sol brillaba sobre la montaña y derretía las últimas nieves. Abajo, en la pradera, los animales recibían con gusto el calorcito propio del cambio de temporada. La brisa tibia y el cielo azul, animaron a salir de sus madrigueras a muchos animales que llevaban semanas escondidos ¡Por fin el duro invierno había desaparecido!

Las vacas pacían tranquilas mordisqueando briznas de hierba y las ovejas, en grupo, seguían al pastor al ritmo de sus propios balidos. Los pajaritos animaban la jornada con sus cantos y, de vez en cuando, algún caballo salvaje pasaba galopando por delante de todos, disfrutando de su libertad.

Los más numerosos eran los conejos. Cientos de ellos aprovechaban el magnífico día para ir en  busca de frutos silvestres y, de paso, estirar sus entumecidas patas.

Todo parecía tranquilo y se respiraba paz en el ambiente, pero, de repente, de entre unos arbustos, salió un conejo blanco corriendo y chillando como un loco. Su vecino, un conejo gris que se consideraba a sí mismo muy listo, se apartó hacia un lado y le gritó:

– ¡Eh, amigo! ¡Detente! ¿Qué te sucede?

El conejo blanco frenó en seco. El pobre sudaba a chorros y casi no podía respirar por el esfuerzo. Jadeando, se giró para contestar.

– ¿Tú que crees? No hace falta ser muy listo para imaginar que me están persiguiendo, y no uno, sino dos enormes galgos.

El conejo gris frunció el ceño y puso cara de circunstancias.

– ¡Vaya, pues sí que es mala suerte! Tienes razón, por allí los veo venir, pero he de decirte que no son galgos.

Y como quien no quiere la cosa, comenzaron a discutir.

– ¿Qué no son galgos?

– No, amigo mío… Son perros de otra raza ¡Son podencos! ¡Lo sé bien porque ya soy mayor y he conocido muchos a lo largo de mi vida!

– ¡Pero qué dices! ¡Son galgos! ¡Tienen las patas largas y esa manera de correr les delata!

– Lo siento, pero estás equivocado ¡Creo que deberías revisarte la vista, porque no ves más allá de tus narices!

– ¿Eso crees? ¿No será que ya estás demasiado viejo y el que necesita gafas eres tú?

– ¡Cómo te atreves!…

Enzarzados en la pelea, no se dieron cuenta de que los perros se habían acercado peligrosamente y los tenían sobre el cogote. Cuando notaron el calor del aliento canino en sus largas orejas, dieron un gran salto a la vez y, por suerte, consiguieron meterse en una topera que estaba medio camuflada a escasa distancia.

Se salvaron de milagro, pero  una vez bajo tierra, se sintieron muy avergonzados. El  conejo blanco fue el primero en reconocer lo estúpido que había sido.

– ¡Esos perros casi nos hincan el diente! ¡Y todo por liarnos a discutir sobre tonterías en vez de poner a salvo el pellejo!

El viejo conejo gris, asintió compungido.

– ¡Tienes toda la razón! No era el momento de pelearse por algo tan absurdo ¡Lo importante era huir del enemigo!

Los conejos de esta fábula se fundieron en un abrazo y, cuando los perros, fueran galgos o podencos,  se alejaron, salieron a dar un paseo como dos buenos amigos que, gracias a su  torpeza, habían aprendido una importante lección.

Moraleja: En la vida debemos aprender a distinguir las cosas que son realmente importantes de las que no lo son. Esto nos resultará muy útil para no perder el tiempo en cosas que no merecen la pena.


lunes, 2 de noviembre de 2020

La ratita atrevida




 Érase una vez una linda ratita llamada Flor que vivía en un molino. El lugar era seguro, cómodo y calentito, pero lo mejor de todo era que en él siempre había abundante comida disponible. Todas las mañanas los molineros aparecían con unos cuantos kilos de grano para moler, y cuando se iban, ella hurgaba en los sacos y se ponía morada de trigo y maíz.

A pesar de esas indudables ventajas, un día dio una noticia a sus compañeras:

– ¡Chicas, estoy cansada de vivir aquí! Siempre comemos lo mismo: granitos de trigo, granitos de maíz, harina molida, más granitos de trigo, más granitos de maíz… ¡Qué hartura!

Una de sus mejores amigas, la ratita Anita, se quedó pensativa un momento y le dijo:

– Bueno, pues yo creo que no deberías quejarte, querida Flor. A mí me parece que somos afortunadas y debemos estar muy agradecidas por todo lo que tenemos ¡Ya quisieran otros vivir con nuestras posibilidades!

Flor negó con la cabeza.

– Yo no lo veo así… ¡Esto es un aburrimiento y no quiero pasarme la vida entre estas cuatro paredes!

Su amiga empezó a preocuparse y quiso advertirla.

– Pero Flor ¡tú no puedes irte de aquí! Piensa bien las cosas… ¡Aún eres demasiado joven para recorrer el mundo!

– No, no lo soy, así que ¿sabéis qué os digo? ¡Pues que me voy a la aventura, a vivir nuevas experiencias! Necesito visitar lugares exóticos, conocer otras especies de animales y saborear comidas de culturas diferentes ¡Ni siquiera he probado el queso y eso que soy una ratita!

Sus amigas la escuchaban boquiabiertas y las palabras de la sensata Anita no sirvieron de nada. ¡Flor estaba empeñada en llevar a cabo su alocado plan! Dando unos saltitos se fue a la puerta y desde allí, se despidió:

– ¡Adiós, chicas, me voy a recorrer el mundo y ya volveré algún día!

¡Qué feliz se sentía Flor! Por primera vez en su vida era libre y podía escoger qué hacer y el lugar al que ir sin dar explicaciones a nadie.

– A ver, a ver… Sí, creo que iré hacia el norte, camino de Francia… ¡Oh là là, París espérame que allá voy!

Tarareando una cancioncilla y pensando en todo el roquefort que se iba a zampar al llegar a su destino, se adentró en el bosque. Contentísima, correteó durante un par de horas orientándose gracias a su fino olfato. Tanto anduvo que de repente le entró mucha sed.

– ¡Anda, ahí hay un río! Voy a beber un poco de agua.

La ratita Flor se acercó a la orilla y sumergió la cara. El agua estaba fresquísima y deliciosa, pero no pudo disfrutarla mucho porque un antipático cangrejo le agarró el hocico con sus pinzas.

– Bichito, bichito, me haces daño ¡Suéltame el hociquito!

El cangrejo obedeció y Flor le reprendió.

– No vuelvas a hacerlo ¿no ves que duele un montón?

La pobre Flor se quedó con la naricita encarnada y dolorida, pero no dejó que eso la desanimara y continuó su emocionante viaje.

Hacia el mediodía dejó atrás el bosque y llegó a un camino de piedra.

– Este camino va hacia el norte atravesando una pradera ¡No hay duda de que voy bien!

Muy resuelta y segura de sí misma echó a andar sobre los adoquines. De repente, un carruaje pasó por su lado a toda velocidad y un caballo le pisó una patita.

– ¡Ay, ay, qué dolor! ¿Qué voy a hacer ahora? ¡Me cuesta mucho andar!

El caballo continuó trotando sin mirarla y Flor tuvo que arrastrarse a duras penas hasta conseguir apartarse del camino y sentarse en una piedra.

– Esperaré quietecita hasta que me baje la inflamación ¡Esto es horrible, me duele muchísimo!

Estaba muy afligida y empezó a pensar que su plan no estaba saliendo como había previsto. Con lágrimas en los ojos, comenzó a lamentarse.

– No hace ni seis horas que salí de casa y ya estoy hecha un asco. Un cangrejo me muerde el hocico, un caballo me aplasta la pata… ¡Esto no es lo que yo me esperaba!

 Sus gemidos llegaron a oídos de un hada buena que pasaba por allí.

– ¡Hola, ratita linda! ¿Cómo te llamas?

Muy triste, le contestó:

– Flor, señora, me llamo Flor.

– ¿Y por qué estás tan triste con lo bonita que eres, pequeña?

Flor confesó lo que sentía en el fondo de su corazón.

– Estaba harta de mi vida y esta mañana decidí irme lejos de mi hogar en busca de aventuras pero …

– ¿Pero qué, jovencita?

– Pues que desde que salí me ha mordido un cangrejo en el hociquito, un caballo ha dañado mi patita y encima estoy muerta de hambre ¡Quiero volver a mi casa!

– Vaya… ¿Ya no quieres vivir una vida llena de emociones?

La ratita fue muy sincera.

– Sí, sí me gustaría, pero por ahora quiero regresar  a mi hogar, con mi familia y con mi gente ¡Cuánto daría yo por comer unos granitos de trigo o de maíz de los que hay en mi molino!

El hada sonrió:

– Me alegra tu decisión, Flor. El mundo está lleno de lugares maravillosos y es normal que quieras explorarlos, pero para eso tienes que formarte, aprender y madurar. Estoy convencida de que algún día, cuando estés preparada, tendrás esa oportunidad. Anda, ven, súbete a mi hombro que te llevo a casa. No te preocupes que con una venda enseguida te curarás.

El hada buena la llevó de vuelta al lugar donde había nacido, al lugar que le correspondía y donde lo tenía todo para ser dichosa. Por supuesto la recibieron con los brazos abiertos y ni que decir tiene que ese día el grano del molino le supo más delicioso que nunca.



Moraleja: Todos tenemos derecho a un hogar, pero podemos desarrollarnos donde queramos, no sin antes estar preparados, como las aves que solo las dejan volar cuando sus alas están listas.