lunes, 21 de diciembre de 2020

La Historia de Navidad: Nacimiento de Jesús


Preguntas de comprensión: 

1.     ¿Quiénes eran María y José?

2.     ¿Quién se le apareció a María y qué le dijo?

3.     ¿A dónde se dirigieron María y José? ¿Por qué?

4.     ¿Qué pasó cuando llegaron a Belén María y José?

5.     ¿Dónde nació el hijo de Dios?

6.     ¿Dónde pusieron al bebé por no tener una cuna?

7.     ¿Quién se les apareció a los pastores y qué les dijo?

8.     ¿Cómo quedaron todos los qué oían sobre el nacimiento de Jesús?






miércoles, 9 de diciembre de 2020

El Principito | Cuentos con valores para niños | Cuentos Clásicos


Las enseñanzas  de “El Principito” nos hacen cuestionar cómo estamos viviendo, para que tomemos conciencia de cómo podemos aprender a ser mejores personas.



Cuatro (4) enseñanzas de “El Principito”:  

Ø Lo esencial es invisible para los ojos

Somos mucho más que este mundo de apariencias, porque las cosas importantes son las que no se pueden ver, son las que se sientes; como el amor, la bondad, la generosidad y la amistad.

Ø Conócete a ti mismo y podrás comprender mejor a los demás

En el momento que tomamos consciencia de quiénes somos y nos comprometemos en ser mejores personas cada día, es cuando realmente estamos preparados para ayudar y compartir nuestro amor con cada uno de los seres que forman parte de lo que somos.

Ø Mantén la ilusión y la inocencia a pesar de las malas experiencias

No debemos perder la frescura que nos da la inocencia.

Ø Atrévete a conocer en esencia a las personas

Aventurarse a conocer a alguien en profundidad es la forma de encontrar su verdadera esencia, su belleza más real.



martes, 1 de diciembre de 2020

MAMÁ QUIERO UN PERRITO


Luego de ver el cuento, contesta las siguientes preguntas:

1.    ¿Cuál ha sido el deseo de Pablo?

2.    ¿Quién es Bob?

3.    ¿Por qué Pablo cuidará de Bob?

4.    ¿Qué aprendió Pablo sobre el cuidado de una mascota?

5.    ¿Qué decidieron finalmente los padres de Pablo? ¿Por qué?


viernes, 20 de noviembre de 2020

La Historia - El primer día de Acción de Gracias


Comprensión lectora 

Responde a las siguientes preguntas:

1.     ¿Quiénes trataron de establecerse en su nuevo hogar?

2.     ¿Cómo estaban los peregrinos al inicio de la historia?

3.     ¿Quiénes llegaron dónde los peregrinos?

4.     ¿Qué le enseñaron los indios nativos  a los peregrinos?

5.     ¿Qué cosecharon los peregrinos?

6.     ¿A quién invitaron los peregrinos a la fiesta?

7.     ¿A qué dedicaron los peregrinos el día de la gran fiesta y a quién le daban gracias?

8.     ¿Cuál es la enseñanza de la historia?


lunes, 16 de noviembre de 2020

La Ratita Presumida

 



Había una vez una ratita que era muy presumida. Estaba un día barriendo la puerta de su casa cuando se encontró con una moneda de oro. En cuanto la vio empezó a pensar lo que haría con ella:

- Podría comprarme unos caramelos… pero mejor no, porque me dolerá la barriga. Podría comprarme unos alfileres… no tampoco, porque me podría pincharme… ¡Ya sé! Me compraré una cinta de seda y haré con ella unos lacitos.

Y así lo hizo la ratita. Con su lazo en la cabeza y su lazo en la colita la ratita salió al balcón para que todos la vieran. Entonces apareció por ahí un burro:

- Buenos días ratita, qué guapa estás.

- Muchas gracias señor burro - dijo la ratita con voz presumida

- ¿Te quieres casar conmigo?

- Depende. ¿Cómo harás por las noches?

- ¡Hiooo, hiooo!

- Uy no no, que me asustarás

El burro se fue triste y cabizbajo y en ese momento llegó un gallo.

- Buenos días ratita. Hoy estás especialmente guapa, tanto que te tengo que pedir que te cases conmigo. ¿Aceptarás?

- Tal vez. ¿Y qué harás por las noches?

- ¡Kikirikíiii, kikirikíiiii! - dijo el gallo esforzándose por sonar bien

- ¡Ah no! Que me despertarás

Entonces llegó su vecino, un ratoncito que estaba enamorado de ella.

- ¡Buenos días vecina!

- Ah! Hola vecino! - dijo sin tan siquiera mirarle

- Estás hoy muy bonita.

- Ya.. gracias pero no puedo entretenerme a hablar contigo, estoy muy ocupada.

El ratoncito se marchó de ahí abatido y entonces llegó el señor gato.

- ¡Hola ratita!

- ¡Hola señor gato!

- Estás hoy deslumbrante. Dime, ¿querrías casarte conmigo?

- No sé… ¿y cómo harás por las noches?

- ¡Miauu, miauu!, dijo el gato con un maullido muy dulce

- ¡Claro que sí, contigo me quiero casar!

El día de antes de la boda el señor gato le dijo a la ratita que quería llevarla de picnic al bosque. Mientras el gato preparaba el fuego la ratita cogió la cesta para poner la mesa y…

- ¡Pero si la cesta está vacía! Y sólo hay un tenedor y un cuchillo… ¿Dónde estará la comida?

- ¡Aquíií! ¡Tú eres la comida! - dijo el gato abalanzándose sobre ella.

Comprensión lectora
- Escoge la alternativa correcta.

1.  ¿Qué se encontró la ratita presumida?

a)      Un collar de perlas

b)      Una moneda de oro

c)       Mil dolares en efectivo

 

2.  ¿Qué se compró la ratita?

a)      Una cinta de seda

b)      Un vestido nuevo 

c)       Una casa de madera

 

3.  ¿Cómo era el maullido del gato?

a)      Dulce

b)      Ronco

c)       Tímido

 

4.   ¿Qué le dijo el gato a la ratita?

a)      Estás hoy deslumbrante.

b)      Está lloviendo mucho.

c)       Eres muy alta.

 

5. ¿Cómo fue el fin de esta historia?

a)      Feliz

b)      Trágico

c)       Divertido





jueves, 12 de noviembre de 2020

El cohete de papel





Había una vez un niño cuya mayor ilusión era tener un cohete y dispararlo hacia la luna, pero tenía tan poco dinero que no podía comprar ninguno. Un día, junto a la acera descubrió la caja de uno de sus cohetes favoritos, pero al abrirla descubrió que sólo contenía un pequeño cohete de papel averiado, resultado de un error en la fábrica.

El niño se apenó mucho, pero pensando que por fin tenía un cohete, comenzó a preparar un escenario para lanzarlo. Durante muchos días recogió papeles de todas las formas y colores, y se dedicó con toda su alma a dibujar, recortar, pegar y colorear todas las estrellas y planetas para crear un espacio de papel. Fue un trabajo dificilísimo, pero el resultado final fue tan magnífico que la pared de su habitación parecía una ventana abierta al espacio sideral.
Desde entonces el niño disfrutaba cada día jugando con su cohete de papel, hasta que un compañero visitó su habitación y al ver aquel espectacular escenario, le propuso cambiárselo por un cohete auténtico que tenía en casa. Aquello casi le volvió loco de alegría, y aceptó el cambio encantado.

Desde entonces, cada día, al jugar con su cohete nuevo, el niño echaba de menos su cohete de papel, con su escenario y sus planetas, porque realmente disfrutaba mucho más jugando con su viejo cohete. Entonces se dio cuenta de que se sentía mucho mejor cuando jugaba con aquellos juguetes que él mismo había construido con esfuerzo e ilusión.

Y así, aquel niño empezó a construir él mismo todos sus juguetes, y cuando creció, se convirtió en el mejor juguetero del mundo.

—————- Comprensión Lectora —————

Preguntas: 

1. ¿En dónde jugaba el niño con su cohete de papel? 

2. ¿Cómo era el lugar donde jugaba?

3. ¿Por qué crees que le gustaba tanto jugar con su cohete de papel?

4. ¿Quién le regaló otro cohete?


miércoles, 4 de noviembre de 2020

Los Dos Conejos

 


La primavera había llegado al campo. El sol brillaba sobre la montaña y derretía las últimas nieves. Abajo, en la pradera, los animales recibían con gusto el calorcito propio del cambio de temporada. La brisa tibia y el cielo azul, animaron a salir de sus madrigueras a muchos animales que llevaban semanas escondidos ¡Por fin el duro invierno había desaparecido!

Las vacas pacían tranquilas mordisqueando briznas de hierba y las ovejas, en grupo, seguían al pastor al ritmo de sus propios balidos. Los pajaritos animaban la jornada con sus cantos y, de vez en cuando, algún caballo salvaje pasaba galopando por delante de todos, disfrutando de su libertad.

Los más numerosos eran los conejos. Cientos de ellos aprovechaban el magnífico día para ir en  busca de frutos silvestres y, de paso, estirar sus entumecidas patas.

Todo parecía tranquilo y se respiraba paz en el ambiente, pero, de repente, de entre unos arbustos, salió un conejo blanco corriendo y chillando como un loco. Su vecino, un conejo gris que se consideraba a sí mismo muy listo, se apartó hacia un lado y le gritó:

– ¡Eh, amigo! ¡Detente! ¿Qué te sucede?

El conejo blanco frenó en seco. El pobre sudaba a chorros y casi no podía respirar por el esfuerzo. Jadeando, se giró para contestar.

– ¿Tú que crees? No hace falta ser muy listo para imaginar que me están persiguiendo, y no uno, sino dos enormes galgos.

El conejo gris frunció el ceño y puso cara de circunstancias.

– ¡Vaya, pues sí que es mala suerte! Tienes razón, por allí los veo venir, pero he de decirte que no son galgos.

Y como quien no quiere la cosa, comenzaron a discutir.

– ¿Qué no son galgos?

– No, amigo mío… Son perros de otra raza ¡Son podencos! ¡Lo sé bien porque ya soy mayor y he conocido muchos a lo largo de mi vida!

– ¡Pero qué dices! ¡Son galgos! ¡Tienen las patas largas y esa manera de correr les delata!

– Lo siento, pero estás equivocado ¡Creo que deberías revisarte la vista, porque no ves más allá de tus narices!

– ¿Eso crees? ¿No será que ya estás demasiado viejo y el que necesita gafas eres tú?

– ¡Cómo te atreves!…

Enzarzados en la pelea, no se dieron cuenta de que los perros se habían acercado peligrosamente y los tenían sobre el cogote. Cuando notaron el calor del aliento canino en sus largas orejas, dieron un gran salto a la vez y, por suerte, consiguieron meterse en una topera que estaba medio camuflada a escasa distancia.

Se salvaron de milagro, pero  una vez bajo tierra, se sintieron muy avergonzados. El  conejo blanco fue el primero en reconocer lo estúpido que había sido.

– ¡Esos perros casi nos hincan el diente! ¡Y todo por liarnos a discutir sobre tonterías en vez de poner a salvo el pellejo!

El viejo conejo gris, asintió compungido.

– ¡Tienes toda la razón! No era el momento de pelearse por algo tan absurdo ¡Lo importante era huir del enemigo!

Los conejos de esta fábula se fundieron en un abrazo y, cuando los perros, fueran galgos o podencos,  se alejaron, salieron a dar un paseo como dos buenos amigos que, gracias a su  torpeza, habían aprendido una importante lección.

Moraleja: En la vida debemos aprender a distinguir las cosas que son realmente importantes de las que no lo son. Esto nos resultará muy útil para no perder el tiempo en cosas que no merecen la pena.


lunes, 2 de noviembre de 2020

La ratita atrevida




 Érase una vez una linda ratita llamada Flor que vivía en un molino. El lugar era seguro, cómodo y calentito, pero lo mejor de todo era que en él siempre había abundante comida disponible. Todas las mañanas los molineros aparecían con unos cuantos kilos de grano para moler, y cuando se iban, ella hurgaba en los sacos y se ponía morada de trigo y maíz.

A pesar de esas indudables ventajas, un día dio una noticia a sus compañeras:

– ¡Chicas, estoy cansada de vivir aquí! Siempre comemos lo mismo: granitos de trigo, granitos de maíz, harina molida, más granitos de trigo, más granitos de maíz… ¡Qué hartura!

Una de sus mejores amigas, la ratita Anita, se quedó pensativa un momento y le dijo:

– Bueno, pues yo creo que no deberías quejarte, querida Flor. A mí me parece que somos afortunadas y debemos estar muy agradecidas por todo lo que tenemos ¡Ya quisieran otros vivir con nuestras posibilidades!

Flor negó con la cabeza.

– Yo no lo veo así… ¡Esto es un aburrimiento y no quiero pasarme la vida entre estas cuatro paredes!

Su amiga empezó a preocuparse y quiso advertirla.

– Pero Flor ¡tú no puedes irte de aquí! Piensa bien las cosas… ¡Aún eres demasiado joven para recorrer el mundo!

– No, no lo soy, así que ¿sabéis qué os digo? ¡Pues que me voy a la aventura, a vivir nuevas experiencias! Necesito visitar lugares exóticos, conocer otras especies de animales y saborear comidas de culturas diferentes ¡Ni siquiera he probado el queso y eso que soy una ratita!

Sus amigas la escuchaban boquiabiertas y las palabras de la sensata Anita no sirvieron de nada. ¡Flor estaba empeñada en llevar a cabo su alocado plan! Dando unos saltitos se fue a la puerta y desde allí, se despidió:

– ¡Adiós, chicas, me voy a recorrer el mundo y ya volveré algún día!

¡Qué feliz se sentía Flor! Por primera vez en su vida era libre y podía escoger qué hacer y el lugar al que ir sin dar explicaciones a nadie.

– A ver, a ver… Sí, creo que iré hacia el norte, camino de Francia… ¡Oh là là, París espérame que allá voy!

Tarareando una cancioncilla y pensando en todo el roquefort que se iba a zampar al llegar a su destino, se adentró en el bosque. Contentísima, correteó durante un par de horas orientándose gracias a su fino olfato. Tanto anduvo que de repente le entró mucha sed.

– ¡Anda, ahí hay un río! Voy a beber un poco de agua.

La ratita Flor se acercó a la orilla y sumergió la cara. El agua estaba fresquísima y deliciosa, pero no pudo disfrutarla mucho porque un antipático cangrejo le agarró el hocico con sus pinzas.

– Bichito, bichito, me haces daño ¡Suéltame el hociquito!

El cangrejo obedeció y Flor le reprendió.

– No vuelvas a hacerlo ¿no ves que duele un montón?

La pobre Flor se quedó con la naricita encarnada y dolorida, pero no dejó que eso la desanimara y continuó su emocionante viaje.

Hacia el mediodía dejó atrás el bosque y llegó a un camino de piedra.

– Este camino va hacia el norte atravesando una pradera ¡No hay duda de que voy bien!

Muy resuelta y segura de sí misma echó a andar sobre los adoquines. De repente, un carruaje pasó por su lado a toda velocidad y un caballo le pisó una patita.

– ¡Ay, ay, qué dolor! ¿Qué voy a hacer ahora? ¡Me cuesta mucho andar!

El caballo continuó trotando sin mirarla y Flor tuvo que arrastrarse a duras penas hasta conseguir apartarse del camino y sentarse en una piedra.

– Esperaré quietecita hasta que me baje la inflamación ¡Esto es horrible, me duele muchísimo!

Estaba muy afligida y empezó a pensar que su plan no estaba saliendo como había previsto. Con lágrimas en los ojos, comenzó a lamentarse.

– No hace ni seis horas que salí de casa y ya estoy hecha un asco. Un cangrejo me muerde el hocico, un caballo me aplasta la pata… ¡Esto no es lo que yo me esperaba!

 Sus gemidos llegaron a oídos de un hada buena que pasaba por allí.

– ¡Hola, ratita linda! ¿Cómo te llamas?

Muy triste, le contestó:

– Flor, señora, me llamo Flor.

– ¿Y por qué estás tan triste con lo bonita que eres, pequeña?

Flor confesó lo que sentía en el fondo de su corazón.

– Estaba harta de mi vida y esta mañana decidí irme lejos de mi hogar en busca de aventuras pero …

– ¿Pero qué, jovencita?

– Pues que desde que salí me ha mordido un cangrejo en el hociquito, un caballo ha dañado mi patita y encima estoy muerta de hambre ¡Quiero volver a mi casa!

– Vaya… ¿Ya no quieres vivir una vida llena de emociones?

La ratita fue muy sincera.

– Sí, sí me gustaría, pero por ahora quiero regresar  a mi hogar, con mi familia y con mi gente ¡Cuánto daría yo por comer unos granitos de trigo o de maíz de los que hay en mi molino!

El hada sonrió:

– Me alegra tu decisión, Flor. El mundo está lleno de lugares maravillosos y es normal que quieras explorarlos, pero para eso tienes que formarte, aprender y madurar. Estoy convencida de que algún día, cuando estés preparada, tendrás esa oportunidad. Anda, ven, súbete a mi hombro que te llevo a casa. No te preocupes que con una venda enseguida te curarás.

El hada buena la llevó de vuelta al lugar donde había nacido, al lugar que le correspondía y donde lo tenía todo para ser dichosa. Por supuesto la recibieron con los brazos abiertos y ni que decir tiene que ese día el grano del molino le supo más delicioso que nunca.



Moraleja: Todos tenemos derecho a un hogar, pero podemos desarrollarnos donde queramos, no sin antes estar preparados, como las aves que solo las dejan volar cuando sus alas están listas.

miércoles, 28 de octubre de 2020

Una flor de repuesto para mamá


Una flor de repuesto para mamá es el relato de un niño que pasa por la situación difícil de vivir el proceso del cáncer de mama de su madre, pero que, sin perder el ánimo, afronta junto a ella la aventura de luchar contra la enfermedad con todas sus fuerzas. Juntos logran superarla y volver a hacer una vida tan normal, alegre y divertida como antes.

viernes, 16 de octubre de 2020

La Cenicienta


Hace muchos años, en un lejano país, había una preciosa muchacha de ojos verdes y rubia melena. Además de bella,  era una joven tierna que trataba a todo el mundo con amabilidad y siempre tenía una sonrisa en los labios.

 Vivía con su madrastra, una mujer déspota y mandona que tenía dos hijas tan engreídas como insoportables. Feas y desgarbadas,  despreciaban a la dulce muchachita porque no soportaban que fuera más hermosa que ellas.

La trataban como a una criada. Mientras las señoronas dormían en cómodas camas con dosel,  ella lo hacía en una humilde buhardilla. Tampoco comía los mismos manjares  y tenía que conformarse con las sobras. Por si fuera poco, debía realizar el trabajo más duro del hogar: lavar los platos, hacer la colada, fregar los suelos y limpiar la chimenea. La pobrecilla siempre estaba sucia y llena de ceniza, así que todos la llamaban Cenicienta.

Un día, llegó a la casa una carta proveniente de palacio. En ella se decía que Alberto, el hijo del rey, iba a celebrar esa noche una fiesta de gala a la que estaban invitadas todas las mujeres casaderas del reino. El príncipe buscaba esposa y esperaba conocerla en baile.



¡Las hermanastras de Cenicienta se volvieron locas de contentas! Se precipitaron a sus habitaciones para elegir pomposos  vestidos y las joyas más estrafalarias que tenían para poder impresionarle.  Las dos suspiraban por el guapo heredero y  se pusieron a discutir acaloradamente sobre quien de ellas sería la afortunada.


– ¡Está claro que me elegirá a mí! Soy más esbelta e inteligente. Además… ¡Mira qué bien me sienta este vestido! – dijo la mayor dejando ver sus dientes de conejo mientras se apretaba las cintas del corsé tan fuerte que casi no podía respirar.

– ¡Ni lo sueñes! ¡Tú no eres tan simpática como yo! Además, sé de buena tinta que al príncipe le gustan las mujeres de ojos grandes y mirada penetrante – contestó la menor de las hermanas mientras se pintaba los ojos,  saltones como los de un sapo.

Cenicienta las miraba medio escondida y soñaba con acudir a ese maravilloso baile.  Como un sabueso, la madrastra apareció entre las sombras y le dejó claro que sólo era para señoritas distinguidas.

– ¡Ni se te ocurra aparecer por allí, Cenicienta! Con esos andrajos no puedes presentarte en palacio. Tú dedícate a barrer y fregar, que es para lo que sirves.

La pobre Cenicienta  subió al cuartucho donde dormía y lloró amargamente. A través de la ventana vio salir a las tres mujeres emperifolladas para dirigirse a la gran fiesta, mientras ella se quedaba sola con el corazón roto.

– ¡Qué desdichada soy! ¿Por qué me tratan tan mal? – repetía sin consuelo.

De repente, la estancia se iluminó. A través de las lágrimas vio a una mujer de mediana edad y cara de bonachona que empezó a hablarle con voz aterciopelada.

– Querida… ¿Por qué lloras? Tú no mereces estar triste.

– ¡Soy muy desgraciada! Mi madrastra no me ha permitido ir al baile de palacio. No sé por qué se portan tan mal conmigo. Pero… ¿quién eres?

– Soy tu hada madrina y vengo a ayudarte, mi niña. Si hay alguien que tiene que asistir a ese baile, eres tú. Ahora, confía en mí. Acompáñame al jardín.


Salieron de la casa y el hada madrina cogió una calabaza que había tirada sobre la hierba. La tocó con su varita y por arte de magia se transformó en una lujosa carroza de ruedas doradas,  tirada por dos esbeltos caballos blancos. Después, rozó con la varita a un ratón que correteaba entre sus pies y lo convirtió en un flaco y servicial cochero.



– ¿Qué te parece, Cenicienta?… ¡Ya tienes quien te lleve al baile!

– ¡Oh, qué maravilla, madrina! – exclamó la joven- Pero con estos harapos no puedo presentarme en un lugar tan elegante.

Cenicienta estaba a punto de llorar otra vez viendo lo rotas que estaban sus zapatillas y los trapos que tenía por vestido.

– ¡Uy, no te preocupes, cariño! Lo tengo todo previsto.

Con otro toque mágico transformó su desastrosa ropa en un precioso vestido de gala. Sus desgastadas zapatillas se convirtieron en unos delicados y hermosos zapatitos de cristal. Su melena quedó recogida en un lindo moño adornado con una diadema de brillantes que dejaba al descubierto su largo cuello ¡Estaba radiante! Cenicienta se quedó maravillada y empezó a dar vueltas de felicidad.

– ¡Oh, qué preciosidad de vestido! ¡Y el collar, los zapatos y los pendientes…! ¡Dime que esto no es un sueño!



– Claro que no, mi niña. Hoy será tu gran noche. Ve al baile y disfruta mucho, pero recuerda que tienes que regresar antes de que las campanadas del reloj den las doce, porque a esa hora se romperá el hechizo y todo volverá a ser como antes ¡Y ahora date prisa que se hace tarde!

– ¡Gracias, muchas gracias, hada madrina! ¡Gracias!

Cenicienta prometió estar de vuelta antes de medianoche  y partió hacia palacio. Cuando entró en el salón donde estaban los invitados, todos se apartaron para dejarla pasar,  pues nunca habían visto una  dama tan bella y refinada. El príncipe acudió a besarle la mano y se quedó prendado inmediatamente. Desde ese momento, no tuvo ojos para ninguna otra mujer.

Su madrastra y sus hermanas no la reconocieron, pues estaban acostumbradas a verla siempre  harapienta y cubierta de ceniza. Cenicienta bailó y bailó con el apuesto príncipe toda la noche. Estaba tan embelesada que le pilló por sorpresa el sonido de la primera campanada del reloj de la torre marcando las doce.



– ¡He de irme! – susurró al príncipe mientras echaba a correr hacia la carroza que le esperaba en la puerta.

– ¡Espera!… ¡Me gustaría volver a verte! – gritó Alberto.

Pero Cenicienta ya se había alejado cuando sonó la última campanada. En su escapada, perdió uno de los zapatitos de cristal y el príncipe lo recogió con cuidado. Después regresó al salón, dio por finalizado el baile y se pasó toda la noche suspirando de amor.

Al día siguiente, se levantó decidido a encontrar a la misteriosa muchacha de la que se había enamorado, pero no sabía ni siquiera cómo se llamaba.  Llamó a un sirviente y le dio una orden muy clara:

– Quiero que recorras el reino y busques a la mujer que ayer perdió este zapato ¡Ella será la futura princesa, con ella me casaré!

El hombre obedeció sin rechistar y fue casa por casa buscando a la dueña del delicado zapatito de cristal. Muchas jóvenes que pretendían al príncipe intentaron que su pie se ajustara a él,  pero no hubo manera ¡A ninguna le servía!

 Por fin, se presentó en el  hogar de Cenicienta. Las dos hermanas bajaron cacareando como gallinas y le invitaron a pasar. Evidentemente,  pusieron todo su empeño en calzarse el zapato, pero sus enormes y gordos pies no entraron en él ni de lejos. Cuando el sirviente ya se iba, Cenicienta apareció en el recibidor.

– ¿Puedo probármelo yo, señor?

Las hermanas, al verla, soltaron unas risotadas que más bien parecían rebuznos.

– ¡Qué desfachatez! – gritó la hermanastra mayor.

– ¿Para qué? ¡Si tú no fuiste al baile! – dijo la pequeña entre risitas.

Pero el la cayo tenía la orden de probárselo a todas, absolutamente todas, las mujeres del reino. Se arrodilló frente a Cenicienta y con una sonrisa, comprobó cómo el fino pie de la muchacha se deslizaba dentro de él con suavidad y encajaba como un guante.

¡La cara de la madre y las hijas era un poema! Se quedaron  patidifusas  y con una expresión tan bobalicona en la cara que parecían a punto de desmayarse. No podían creer  que Cenicienta fuera la preciosa mujer que había enamorado al príncipe heredero.



– Señora – dijo el sirviente mirando a Cenicienta con alegría – el príncipe Alberto la espera. Venga conmigo, si es tan amable.

Con humildad, como siempre, Cenicienta se puso un sencillo abrigo de lana y partió hacia el palacio para reunirse con su amado. Él la esperaba en la escalinata y fue corriendo a abrazarla. Poco después celebraron la boda más bella que se recuerda y  fueron muy felices toda la vida. Cenicienta se convirtió en una princesa muy querida y respetada por su pueblo.