lunes, 2 de noviembre de 2020

La ratita atrevida




 Érase una vez una linda ratita llamada Flor que vivía en un molino. El lugar era seguro, cómodo y calentito, pero lo mejor de todo era que en él siempre había abundante comida disponible. Todas las mañanas los molineros aparecían con unos cuantos kilos de grano para moler, y cuando se iban, ella hurgaba en los sacos y se ponía morada de trigo y maíz.

A pesar de esas indudables ventajas, un día dio una noticia a sus compañeras:

– ¡Chicas, estoy cansada de vivir aquí! Siempre comemos lo mismo: granitos de trigo, granitos de maíz, harina molida, más granitos de trigo, más granitos de maíz… ¡Qué hartura!

Una de sus mejores amigas, la ratita Anita, se quedó pensativa un momento y le dijo:

– Bueno, pues yo creo que no deberías quejarte, querida Flor. A mí me parece que somos afortunadas y debemos estar muy agradecidas por todo lo que tenemos ¡Ya quisieran otros vivir con nuestras posibilidades!

Flor negó con la cabeza.

– Yo no lo veo así… ¡Esto es un aburrimiento y no quiero pasarme la vida entre estas cuatro paredes!

Su amiga empezó a preocuparse y quiso advertirla.

– Pero Flor ¡tú no puedes irte de aquí! Piensa bien las cosas… ¡Aún eres demasiado joven para recorrer el mundo!

– No, no lo soy, así que ¿sabéis qué os digo? ¡Pues que me voy a la aventura, a vivir nuevas experiencias! Necesito visitar lugares exóticos, conocer otras especies de animales y saborear comidas de culturas diferentes ¡Ni siquiera he probado el queso y eso que soy una ratita!

Sus amigas la escuchaban boquiabiertas y las palabras de la sensata Anita no sirvieron de nada. ¡Flor estaba empeñada en llevar a cabo su alocado plan! Dando unos saltitos se fue a la puerta y desde allí, se despidió:

– ¡Adiós, chicas, me voy a recorrer el mundo y ya volveré algún día!

¡Qué feliz se sentía Flor! Por primera vez en su vida era libre y podía escoger qué hacer y el lugar al que ir sin dar explicaciones a nadie.

– A ver, a ver… Sí, creo que iré hacia el norte, camino de Francia… ¡Oh là là, París espérame que allá voy!

Tarareando una cancioncilla y pensando en todo el roquefort que se iba a zampar al llegar a su destino, se adentró en el bosque. Contentísima, correteó durante un par de horas orientándose gracias a su fino olfato. Tanto anduvo que de repente le entró mucha sed.

– ¡Anda, ahí hay un río! Voy a beber un poco de agua.

La ratita Flor se acercó a la orilla y sumergió la cara. El agua estaba fresquísima y deliciosa, pero no pudo disfrutarla mucho porque un antipático cangrejo le agarró el hocico con sus pinzas.

– Bichito, bichito, me haces daño ¡Suéltame el hociquito!

El cangrejo obedeció y Flor le reprendió.

– No vuelvas a hacerlo ¿no ves que duele un montón?

La pobre Flor se quedó con la naricita encarnada y dolorida, pero no dejó que eso la desanimara y continuó su emocionante viaje.

Hacia el mediodía dejó atrás el bosque y llegó a un camino de piedra.

– Este camino va hacia el norte atravesando una pradera ¡No hay duda de que voy bien!

Muy resuelta y segura de sí misma echó a andar sobre los adoquines. De repente, un carruaje pasó por su lado a toda velocidad y un caballo le pisó una patita.

– ¡Ay, ay, qué dolor! ¿Qué voy a hacer ahora? ¡Me cuesta mucho andar!

El caballo continuó trotando sin mirarla y Flor tuvo que arrastrarse a duras penas hasta conseguir apartarse del camino y sentarse en una piedra.

– Esperaré quietecita hasta que me baje la inflamación ¡Esto es horrible, me duele muchísimo!

Estaba muy afligida y empezó a pensar que su plan no estaba saliendo como había previsto. Con lágrimas en los ojos, comenzó a lamentarse.

– No hace ni seis horas que salí de casa y ya estoy hecha un asco. Un cangrejo me muerde el hocico, un caballo me aplasta la pata… ¡Esto no es lo que yo me esperaba!

 Sus gemidos llegaron a oídos de un hada buena que pasaba por allí.

– ¡Hola, ratita linda! ¿Cómo te llamas?

Muy triste, le contestó:

– Flor, señora, me llamo Flor.

– ¿Y por qué estás tan triste con lo bonita que eres, pequeña?

Flor confesó lo que sentía en el fondo de su corazón.

– Estaba harta de mi vida y esta mañana decidí irme lejos de mi hogar en busca de aventuras pero …

– ¿Pero qué, jovencita?

– Pues que desde que salí me ha mordido un cangrejo en el hociquito, un caballo ha dañado mi patita y encima estoy muerta de hambre ¡Quiero volver a mi casa!

– Vaya… ¿Ya no quieres vivir una vida llena de emociones?

La ratita fue muy sincera.

– Sí, sí me gustaría, pero por ahora quiero regresar  a mi hogar, con mi familia y con mi gente ¡Cuánto daría yo por comer unos granitos de trigo o de maíz de los que hay en mi molino!

El hada sonrió:

– Me alegra tu decisión, Flor. El mundo está lleno de lugares maravillosos y es normal que quieras explorarlos, pero para eso tienes que formarte, aprender y madurar. Estoy convencida de que algún día, cuando estés preparada, tendrás esa oportunidad. Anda, ven, súbete a mi hombro que te llevo a casa. No te preocupes que con una venda enseguida te curarás.

El hada buena la llevó de vuelta al lugar donde había nacido, al lugar que le correspondía y donde lo tenía todo para ser dichosa. Por supuesto la recibieron con los brazos abiertos y ni que decir tiene que ese día el grano del molino le supo más delicioso que nunca.



Moraleja: Todos tenemos derecho a un hogar, pero podemos desarrollarnos donde queramos, no sin antes estar preparados, como las aves que solo las dejan volar cuando sus alas están listas.

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