Había una vez una
abejita muy trabajadora que se pasaba el día entero entre las flores recogiendo
polen para llevarlo a la colmena y así hacer miel.
A la abejita le encantaba su trabajo, y lo hacía
con mucha alegría. Nunca le faltaba de nada y tenía una gran familia. Pero, aun
así, la abejita no era feliz.
La abejita soñaba con conocer mundo, con descubrir
otro tipo de flores, probar otro tipo de néctar y saborear otro tipo de miel.
Al principio, la abejita se guardaba para ella sus
sueños. Pero, con el tiempo, se los fue contando a las demás. Pero ninguna la
tomaba en serio. Incluso algunas se reían de ella.
La historia de que una abejita soñaba con viajar y
conocer otros lugares y otras flores llegó a oídos de la Abeja Reina y no le
gustó nada. Así que la mandó llamar.
-Pequeña abejita, no quiero oír nunca más que vas
diciendo esas tonterías por ahí. ¿Queda claro? Tu sitio es este y no podrás
irte de aquí jamás. Si vuelvo a oír que andas diciendo esas cosas te encerraré
para siempre.
La
abejita se quedó muy triste, pero también confundida. La Abeja Reina no le
había reñido por desear conocer otros lugares. Lo que le había parecido mal a
la Abeja Reina es que lo estuviera contando. ¿Qué mal podría estar haciendo
ella hablando de sus sueños de libertad?
-¡Ah, claro! ¡Es eso! -pensó la abejita-. La Abeja
Reina tiene miedo. Si todas las abejas nos fuéramos, nadie trabajaría para
ella. ¿Es que no soy la única que sueña con ser libre? ¿Es que tal vez haya
otras que sueñen con lo mismo que yo?
En ese momento, una abeja interrumpió sus
pensamientos.
-¿Qué tal, abejita? ¿Qué quería la Abeja Reina de
ti? Te ha regañado bien, ¿eh? Es que no se puede soñar con tonterías, abejita.
-Te equivocas, compañera -respondió la abejita-.
No me ha reñido por soñar, sino por hablar de ello. Me ha pedido que cierre la
boca. Se conoce que no soy la primera que sueña despierta. Pero ya me callo,
que luego me castiga.
-Vaya, vaya -pensó la otra-. ¡Qué curioso! ¿Qué
ocultará la Abeja Reina?
Así, sin hacer ruido, entre susurros, entre las
abejas empezó a crecer el mismo sueño que tenía la abejita soñadora. Primero
fue por curiosidad, la curiosidad que despierta lo prohibido. Después el
interés por conocer algo nuevo se convirtió en un deseo de libertad para
decidir.
Quién sabe si algún día la abejita soñadora se
atreverá a cumplir su sueño. Quién sabe si alguna lo hará. Porque soñar es
fácil. Lo difícil es tener valor para hacer realidad tus sueños.
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